29 de octubre de 2011

Esta noche las tres serán dos

Es cierto: con la de conflictos horarios que hay –laboral, el saber cuando tienes que meterte en cama- el menor es el cambio de horario que sufrimos cada equinoccio. Pero él es igual de cierto. Por lo tanto, esta noche los relojes se atrasaran una hora cuando doblen las tres en punto de la madrugada.
No crean que sea estulticia. Mucho achacan el cambio: sueño posterior intranquilo, malestar, desorientación, confusión. Otro no. Otros son románticos y ven en el cambio de hora una posibilidad de separarse –como Catalunya- de la normalidad. Amén.
“Yo no cambiaré la hora y viviré en el futuro”. La lógica es certera. Si ahora, en otoño, atrasamos una hora para luego, en primavera, volver a adelantarla, el resultado es invariable. No en vano más de dos tercios de la comunidad internacional ya no emplean o nunca emplearon el cambio horario: el de verano y el de invierno. Este año, por ejemplo, Rusia ha dicho que no lo va a aplicar. ¿Ahorraran así menos energía? ¿Harán un feo a Willian Willett, inventor de dicho horario?
Regresemos al romántico. “Yo no cambiaré la hora y viviré en el futuro”, dijo, “y no solo eso, sino que cuando llegue la primavera, atrasaré la hora, en vez de adelantarla, así viviré en el pasado. Y ya habré sido pasado y futuro.” El romántico desconoce los bastiones sociales. Pero argumenta que a él no le importa. “Que quienes quieran cambien de hora, yo haré lo contrario”. Si se habla catalán, hablaré castellano; si se habla castellano, hablaré catalán. Y luego aprenderé finés para joder al coloquio.
Por lo pronto se han olvidado las cosas ciertamente importantes. Mientras jugamos al pasado y al futuro, el presente agoniza y su firmeza es menos estoica que nunca. Hablemos de las cosas importantes, que hoy la  noche es más longeva. Que hoy la vida se alarga y se acorta.
“Caminante son tus huellas el camino. Y nada más”,  como si dijera el reloj al doblar las dos de la tarde. “Caminante no hay camino. Se hace el camino al andar”.

26 de octubre de 2011

Primavera árabe, otoño incierto

Triunfaba el pasado veinte de octubre la revolución bien llamada de Libia. Los guerrilleros capturaban a Muamar el Gadafi en un conducto de Sirte y lo zarandeaban poco antes de propinarle dos tiros, uno en el estómago, otro en la sien, que acabaron así con su dictadura de cuarenta y dos años. El debate se abrió –con la simultaneidad del anuncio definitivo de ETA y el adiós a las armas- entre los medios y la población internacional: matar a Gadafi estuvo bien o hubiera sido mejor juzgarlo y encarcelarlo de por vida. Hay muchos ejemplos: unos paralelos –Ceacescu, Sadam-, otros antagónicos –Napoleón o Stalin. Lo seguro es que Gadafi, terrífico y prepotente, jamás hubiera optado por la versión hitleriana del suicidio. De su talante chulesco e inamovible, al miedo del dictador registrado por teléfonos móviles.
Cayó primero Tunez, siguió Egipto, Libia, ahora Siria se tambalea. La lista se extiende cual Schindler, porque están también Yibuti, Irak, Irán, Yemen, el Líbano, Kuwait, etcétera. El pueblo árabe se ha cansado de la dictadura. Han surgido los movimientos civiles, la conocida Primavera Árabe.
La pregunta que se hace ahora todo el mundo es: ¿y qué ocurrirá? Serán capaces estos países de no caer en manos de un gobierno islamista radical. ¿Será ello democracia? Del malo al peor; o del peor al malo. ¿Tendrá suficiente fuerza democrática la primavera? ¿O la democracia es un cuento finito, y más en manos de safalistas y otros extremos?
El 20 de octubre muere Muamar el Gadafi. Otoño gris y azul. Frío y extraño. La revolución ha triunfado –esto es revolución y cambio. Pero, ¿brillará el sol en una primavera entrada de hojas caídas? El invierno se aproxima con el imperativo El Corán en la mano. Que no caiga. Que siga la revolución.

24 de octubre de 2011

Del ojo que un extranjero tiene de la Asociación


Aquel de allá dijo: no hay poesía en la historia.
Esta de aquí contestó: pero la historia son palabras. Y la poesía son palabras.
Él replicó: pero no toda palabra es poesía.
Ella preguntó: ¿tratas de decir pues que historia es poesía?
Él se enfurruñó: yo no trato de decir eso. De hecho no trato de decir nada.
Ella preguntó: ¿entonces?
Aquel dijo: que no hay poesía en la historia; que no hay poesía en las guerras, ni en los palacios, ni en las monarquías. No hay poesía en las revoluciones.
Y ella hizo la evidencia: palabra, historia y poesía son como un barrio.
¿Cómo?
Sí: como un barrio. Ya verás: déjame que te cuente.

Primero emerges de un túnel negro, subes unas escaleras mecánicas y el frio menguante de humedad te presenta dos centros sanitarios: una clínica y un hospital.
Vaya. Contado al revés parece que tratas de describirme la muerte.
¿Me dejarás hablar o estarás todo el rato interrumpiéndome? Esa es la forma más pública de llegar. El barrio, porque es un barrio, data de poco más del 900. Fue inicialmente una parroquia del llano, aunque luego pasó poderes al monasterio. Ahora es dormitorio. Pues bien, cuando te encuentras fuera del túnel, subiendo ya las escaleras mecánicas bajan cuatro jóvenes: tres varones y una mujer.
Vaya…
Sht. Uno de los hombres grita, Me cago en la tos de sus muertos. Y el otro berrea, Como lo pille, lo mato. El tercero aprovecha, Oye, flaca, luego qué te parece si te pasas por mi casa. Y le da una cachetada en el culo que ella responde con una risa casi maquiavélica y con un escupitajo con moco.
Vaya.
Sí. A medida que se hace la luz, te ajustas la bufanda y te frotas las manos. ¿Qué ocurre entonces? Entre pitidos y abucheos crees que afuera, por lo pronto y lo sabido, están apaleando a alguien. Pero no. Son una secuencia inmensa de hombres y mujeres con batas blancas  y carteles manifestantes. Son los trabajadores de la ciudad sanitaria que, por los recortes, ya sabes, muestran su mayor descontento. Nosotros les damos la espalda, porque no somos políticos, ni siquiera ciudadanos. Estamos contando una historia y somos solo eso: palabreros, narradores. Enfilamos avenida Jordán. Los silbidos y el estrépito son ya historia. Parece que hayamos retrocedido a los años noventa. Cruzas la carretera, y un autobús pequeño y rojo y giboso casi te atropella, Ande, pase, Encarni, pase, me cago en la cuna. La cuesta es considerable, por eso te digo que si quieres vivir por allí lo mejor será que te quites del tabaco.
¿Que me quiete?
Calla, calla, ahora calla y atiende. Te encuentras con el primero de varios parques. Desde luego no son como los parques que ahora te estás imaginando; nada que ver con Güell, ni Miró, ni el de Gràcia, ni con el de Tusset. Son parques áridos. Llenos de arena. Con cuatro moreras que, angustiosas, sobrellevan el tiempo malvivido. Porque te lo digo yo –aquí somos democráticos- te diriges a uno de los bancos clásicos de la esquina. Está medio roto y huele a micción nocturna. ¿Te gusta, eh…? Pero cuidado, te acabas de tropezar con un extraño instrumento: no te pinches, sobre todo. Es mediodía. Pero no hay nadie. A excepción de un hombre, mediana edad, pelo hirsuto, dejado, sufriendo el mono que no le corre por la sangre.
Ya entiendo.
Sí, imagino. Pero a mí no me hace ninguna gracia. ¿Qué te parece si avanzamos un poco más rápido? El hombre del banco se comienza a inquietar; se mueve a un lado y a otro. Viene una mujer vestida de uniforme, con gorra azul y vestido fluorescente, y barre el instrumento que a punto te lleva a la desgracia, barre el excremento reseco del perro pastor alemán con cruce de caniche pura sangre, y lo lanza todo a un contendor móvil que, tácitamente, retiran las brigadas a medianoche.
Vaya.
Sí. Más rápido todavía. El hombre se levanta indolente y se introduce en la nueva dependencia pública y sanitaria que, a modo de módulos, bella cacofonía, el alcalde y una simpatiquísima rubia verde han sitiado en el lugar de los malditos. Eso es la narcosala.
No me digas.
Sí. Aprovechando su ausencia, un buen hombre funcionario se acerca y arregla el banco. Pone más y más modernos. Pero no se limeta a ello, sino que poda los árboles, les añade pinos e incluso fija una mesa de ping-pong para los jóvenes echen raquetazos al aire.
¡Vaya!
Que te calles. Las puertas comienzan a sonar. El cielo se aclara. Aquí y allá pasean mujeres y niños que acompañan a sus ancianos a tomar el fresco. Uno se sienta en un banco y otro, más diestro y con la boina bien armada, se le enrolla con los temas que ni el alzhéimer ha logrado llevarse. Transcurre el sol. El día se acaba. Llega la noche y, sorpresa, los jóvenes que te cruzaste al salir del metro, aquellos del esputo y de la discoteca Espacial, ocupan uno de los bancos. Agotan largas horas con griterío y cáscaras de pipa. Por las mañanas, los vecinos ven lo que notaron durante toda la noche. Cruzan rápido, no se quieren detener: en coche, hacia el transporte, bajan al centro, y allí se toman un aperitivo con Martini seco y unas patatas fritas de una casa badalonesa famosa por su ridículo apellido. Hace frío, mucho frío, mucho más que a ras de costa.
Vaya. ¿Y bien?
Y ya está.
¿Cómo que ya está?
Sí. Que  ya está, que ya he terminado mi relato.
¿Ya lo has terminado?
Bueno: ha sido solo un esbozo.
¿Pero dónde está la poesía? Dónde que no la veo. ¿Dónde están las revoluciones y las monarquías? Esta historia es mediocre y barriobajera. No tiene nada de especial.
Claro que no.
¿Perdón?
A ver: es exactamente lo que dijiste. Una historia puede tener o no tener poesía, pero siempre tendrá palabras. Una palabra no será siempre poesía, pero puedes conseguir que la tenga.
¿Sí?
Desde luego.
¿Cómo? ¿Llamando a Shakespeare, a Quevedo, a Lope?
No, hombre, no. Mucho más sencillo.
¿Cómo?
Con un gesto. Con acción. Algo de esfuerzo. Quien sabe: gusto y trabajo.
Vaya…
Sí.

Aquel de allá y esta de aquí se van acercando.
¿Te sabe mal si te invito a tomar un aperitivo? Conozco un bar de tapas, nada, a cuatro paradas de metro, que hacen unos huevos estrellados deliciosos.
Y por qué no nos tomamos dos cervezas por aquí.
Vaya. Ya entiendo.

Él y ella enfilan avenida.
Ella: por cierto, ¿sabes que aquí los alquileres están a 400?

19 de octubre de 2011

El príncipe y Leonard Cohen

Ataviado con una gabardina azul, un traje negro y una camisa gris, el poeta canadiense ha arribado hoy y definitivamente a Oviedo. Hace unos meses le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, galardón que recogerá el próximo viernes. Pasado mañana.
Lejos de juzgar la categoría del premio, Cohen posee todo los merecidos para recibir cuantos premios literarios haya; aunque se le queden pequeños.
En su primera rueda de prensa en el Hotel Reconquista ha confirmado la anhelada anunciación de su nuevo disco “Old ideas”, que tal vez sí o tal vez no tenga gira, porque eso es algo que nunca sabe ni sabrá el escritor montrealés. Aprovechó la ocasión para conversar de cultura: “la cultura saldrá adelante con o sin el apoyo de los gobiernos”, “no creo que el espíritu esencial de un país o una ciudad dependa del apoyo gobernativo, aunque haya sido útil para la gente que canta, pinta o hace coreografías”, porque él, si algo hizo, desde las canciones de Cohen hasta las canciones desde la carretera, ha sido cantar y componer los versos perfectos que recuerde el pretérito siglo de la armonía. Asimismo, amante declarado del poeta granadino Federico García Lorca, no quiso perder la oportunidad de mentarlo y agasajarlo, “él me hizo comprender este mundo de las letras”. Y así su hija se llamó Lorca. Y otras muchas cosas. El Chelsea Hotel, el famoso sobretodo azul, la querida Susana, aleluya de su oscura voz.
Que Cohen sea galardonado pertenece a aquellas cosas que le llenan a uno, que le alegran una mañana, que difumina cierta justicia en una esfera abrupta y más que gris donde todo lo que huele, incluso las flores, o donde todo cuanto se escucha, las canciones, las óperas, donde todo lo que se lee, la literatura, o todo cuanto se vive, la cultura, la tendencia, está más podrido que Gustavo Adolfo Bécquer.
“Old ideas” contendrá diez canciones inéditas declaradamente escritas cual principiante. A un hombre de sombrero a quien se le pregunta cuales de sus libros recomienda y contesta: “hay tanta literatura allí fuera…” solo se le puede reverenciar: con una sombra de voz profunda, de paso ágil, de mirada eterna, con un verso que solo él haya pensado. Cuando se toque con la mente su propia mente, aquella de un septuagenario voluptuoso, se sabrá que es extranjero allá por donde va, y que escribe como un ángel con gabardina, camisa y traje gris. Sea Leonard Cohen un poeta más que un cantante, porque canta como escribe, porque escribe como si cantara. Son solo viejas ideas en presentes genios, en futuras leyendas. 

15 de octubre de 2011

Superhéroe con espray pimienta


Phoenix Jones viste una máscara negra y dorada y un traje de látex que enfatiza sus abdominales y sus bíceps. Reside en Seattle y desde la semana pasada patrulla las calles para combatir el crimen. Dice ser un superhéroe con séquito y no relaja su voz al afirmar que nada les detendrá ante la defensa del bien. Lo explica en la salida de los juzgados. La noche del miércoles fue denunciado por dos agredidos. Por lo alegado en el juicio, las víctimas estaban tan tranquilas a las puertas de una discoteca y el personaje –Phoenix Jones el superhéroe, Benjamin Fodor la persona- se abalanzó sobre ellos rociándoles en los ojos una buena dosis de espray de pimienta. Él contradice la versión y afirma que evitó una pelea, donde estos matones no claudicaban a meter cizaña.
¿Qué es pues Phoenix Jones Mr. Fodor: un superhéroe, un villano, una mezcla de los dos? ¿Como Batman y Bruce Wayne, que siempre tuvieron vena de poco escrúpulo y resultaba más que difícil diferenciar su línea del bien y el mal? ¿Un nuevo Nietzsche? ¿Un ignorante?
¿Y dónde está la frontera del bien social? ¿Hasta dónde se actúa para el bien y dónde comienza el mal? ¿Es correcto avanzar por el camino del mal para conseguir el bien? ¿Y cuántos bienes existen? El personal, el colectivo, el ambicioso, el solidario. Bancos, gobiernos, estados, ideales. ¿Y si no hay mal que por bien no venga? ¿O bien que por mal no venga? ¿Por qué hay mal amparado por la ley?
El embrollo posee tal magnitud que, ¿cómo se pretende que el superhéroe se posicione? Si no hay derecha, ni izquierda. Ni nada. Etcétera.
Hay demasiada absurdidad. Toda ella innecesaria. Sin etcétera.

14 de octubre de 2011

Del subnormal al anormal


A raíz de los incidentes vividos en los partidos clasificatorios para la Eurocopa de la selección portuguesa, donde el público del estadio rival coreaba el nombre Messi, Messi, Messi para cabrear al superestrella luso Cristiano Ronaldo, Quim Monzó compuso un artículo elocuentísimo donde explicaba la tendenciosa y estúpida manía de declinar el adjetivo anormal en vez del mítico subnormal.
Los sucesos se remontan a uno de los partidos que Portugal disputó la semana pasada en Nicosa, contra la local selección chipriota. El público, como de costumbre, había coreado el nombre del mago argentino para encolerizar a Cristiano; éste, tras el partido, fue preguntado por los cánticos: “los que cantan Messi, Messi, son anormales”, respondió el delantero madridista. Fue entonces cuando Quim Monzó percibió la tendencia de algunos famas a declinar el adjetivo anormal frente al gran desgastado subnormal. La gran tendencia comprobada. Porque anormal es nuevo y, evidentemente, no tan gráfico como su hermana léxica subnormal. Sin embargo, la Real Academia de la Lengua se permite un rincón para puntualizar en su tercera definción que Anormal (com.  –nombre común en cuanto al género) significa persona cuyo desarrollo físico o intelectual es inferior al que corresponde a su edad. Etimológicamente, anormal está formado por un sustantivo y un prefijo: a- y normal. El a- antes de los nombres connota privación o negación. Así pues, teísmo (creencia en un dios personal y providente) pasa al ateísmo por negación; tonal (que tiene tonalidad) pierde todo orden con su atonalidad, con a-. Ergo: normal (que se halla en su estado natural) pasa a la anormalidad que es algo que se halla fuera de su estado natural (y esta es la primera y segunda definición del diccionario). Subnormal, en cambio, del prefijo sub (bajo o debajo de) comporta inferioridad; no en vano RAE define: f. subnormal: dicho de una persona: que tiene una incapacidad intelectual notablemente inferior a lo normal. Es decir, deficiente, tonto, oligofrénico.
Solo quería mentar que hoy estar fuera de la normalidad está considerado como una hermosa virtud: se es especial, extraño, misterioso, único. Y, en cambio, anormal –que es lo que significa- se utiliza como insulto. Es una contrariedad gramatical.
Yo prefiero pensar que Cristiano Ronaldo, que es guapo, rico y gran jugador, tuvo un lapsus linguae, y lo que en realidad quiso decir es que sí, que sí, que Messi es extraordinario, que es un fuera de serie, que está lejos de la normalidad del resto de mortales jugadores. Sí, yo prefiero pensar esto. Que la evidencia es tan absoluta que incluso el enemigo se rinde públicamente a los pies de su vencedor. Messi quita cuantas aes sean necesarias: del ateísmo al teísmo, de la atonalidad a la tonalidad del juego. No en vano es el mejor jugador de la historia de este deporte de pies.
Un sincero homenaje a todos aquellos que se encuentren fuera de la normalidad. Y saludemos, de paso, a todos los subnormales, que estos sí son muchos.